He pensado que no caería nada mal penalizar el mal humor. Una multa o trabajos comunitarios para aquellos que se la pasen renegando o poniéndose histéricos sin razón justificable. Todos nos enojamos, muchas veces con justa razón; pero seamos honestos, ¿Cuántas situaciones merecen realmente que segreguemos cantidades industriales de bilis? Peor aún, no se justifica que arrastremos el mal humor durante el resto del día, aunque no faltan los que lo arrastran el resto de la semana, incluso el resto de su vida, si es que se puede llamar vivir a eso.
Hay situaciones sobre las cuales no podemos ejercer control, simplemente se dan a favor o en contra nuestra, pero si podemos determinar cómo responder ante ellas; pensemos que tenemos una reunión importante a la cual iremos con nuestra pareja, si ella se demoró más de la cuenta en bañarse y ya estamos atrasados es natural que nos enojemos, más aún si la reunión es muy importante para nosotros. Alguno optará por reclamarle a ella, otro incluso le gritará todo el camino, antes y durante la reunión de marras; pero ¿alguna de estas conductas sirve realmente de algo? El tiempo no retrocederá por mucho que castiguemos a nuestra demorona acompañante; tampoco hará que el tráfico vaya más rápido, sólo terminaremos por mortificarla a ella, eso puede provocar que se deprima y hasta llore, o que no aguante más y empiece una acalorada discusión; en ambos casos no la pasaremos bien; que pasaría si en lugar de ello mantuviéramos la calma, le recordemos lo importante de la reunión, aceptemos las disculpas y nada más. Probablemente ella estaría más dispuesta a ser cariñosa con nosotros y a compensar de alguna manera la falta, sea en la reunión o fuera de ella, vertical o mejor aún, horizontalmente, de todos modos la pasaríamos mejor que si vamos con la bilis revuelta de tanta rabia y la vamos desfogando a cada instante.
En el cumpleaños de *** fuimos a almorzar, en lo mejor de la velada llamó su hermana para verla, ella no estaba con tantas ganas pues había hecho otros planes, pero que podía hacer, es su hermana la que le pide verla en su cumpleaños y ella no comprendía que era ella la homenajeada y la que tenía potestad de pedir y hacer lo que la ponga más feliz, pero temía que su hermana se pusiera histérica i s resintiese de por vida, así que decidió ponerse histérica por ella. Salió apresurada y enojada porque se le hacía tarde y no había podido comunicarse con su hermana a su celular para pedirle que la esperara más tiempo. Me preguntó si quería ir y le contesté que bueno, pero durante el camino se dedicó a buscar un pretexto para discutir, alguna palabra mal dicha o un comentario cualquiera. Una vez en el lugar las cosas mejoraron y al final hizo algunas cosas de las que tenía programadas; pero al final, mientras le mostraba como se activaban las piletas de Plaza Real presionando unos botones con los pies, ella trató de hacerlo con la mala fortuna de romperse el taco de su bota, eso causó gracia al inicio pero terminó por volver a la carga incluso echándome la culpa de su accidente por alentarla a ello y pidiéndome que me fuera; me pareció una idea magnífica así que me regresé a casa.
El caso es anecdótico y muestra como las personas que toman decisiones incorrectas pueden terminar presas del enojo; no debemos hacer las cosas por compromiso sino porque así lo deseamos. Es muy fácil echarles la culpa a los demás, nos libera de responsabilidades, pero lo cierto es que nosotros y sólo nosotros somos los que tomamos la decisión final.
El problema de convivir con una persona así es que tarde o temprano terminan por contagiar su mal humor, en su afán de descargar su enojo desplazan su frustración hacia personas más vulnerables o con menos capacidad de respuesta; suelen ser recurrentes en el tema, repetir y repetir hasta el hartazgo y provocar una reacción agresiva en su contra, encontrando así alguien con quien pelear.
Si nosotros somos lo enojones, pues a cambiar, vivir coléricos es como un cáncer que hace metástasis en los que nos rodean, los contagiamos con nuestra rabia, y la extendemos a cada aspecto de nuestras vidas, llegando incluso a herirlos y los maltratarlos (siempre y cuando ellos nos lo permitan), los alejamos de nuestro lado de la peor manera. Pero quizás el mayor crimen sea tratar de hacerlos tan miserables como uno.
Evitar eso no es nada fácil, requiere de mucha fuerza de voluntad, para empezar está lo más difícil, admitir que existe un problema, la mayoría de estas personas asume que tiene la razón y que no son ellos el problema sino los demás que son los que lo hacen rabiar; hacer que alguien entienda esto es una tarea titánica.
La mayoría de estas personas buscan pelea como una forma de llamar la atención, discutir, pero eso sólo se puede hacer en presencia de otro, así que si lo dejamos solos unos minutos, tal vez 10 o 15 o incluso el resto del día, dependiendo de la intensidad de su cólera; le daremos tiempo para que se calme y reflexiones sobre su conducta, al regresar estará más dispuesta al diálogo que a la confrontación.
Jamás, jamás pidamos disculpas si no hemos hecho nada malo, pedir perdón es asumir que tenemos la culpa y por tanto ellos son inocentes y, por supuesto, tienen la razón.
El punto más crítico y de lo que más alertas hemos de estar es sobre la humillación, nunca permitamos que nos humillen o se hará costumbre, asumiremos ese rol y seremos seriamente dañados en nuestra psiquis; evitarlo no consiste en riñas o gritos, basta con un “esto no te los voy a aguantar” e irnos inmediatamente del lugar, esperar a que nos llame y explicarle que nunca permitiremos que nadie nos humille de esa manera. La violencia jamás debe ser tolerada pues siempre tiende a crecer.
Ofrezcámosle alternativas a su enojo, hagámosle reflexionar sobre todas las cosas buenas que podría obtener si se tranquilizara, todo lo bien que podría pasarla si no renegara.
La mayoría de estas personas buscan pelea como una forma de llamar la atención, discutir, pero eso sólo se puede hacer en presencia de otro, así que si lo dejamos solos unos minutos, tal vez 10 o 15 o incluso el resto del día, dependiendo de la intensidad de su cólera; le daremos tiempo para que se calme y reflexiones sobre su conducta, al regresar estará más dispuesta al diálogo que a la confrontación.
Jamás, jamás pidamos disculpas si no hemos hecho nada malo, pedir perdón es asumir que tenemos la culpa y por tanto ellos son inocentes y, por supuesto, tienen la razón.
El punto más crítico y de lo que más alertas hemos de estar es sobre la humillación, nunca permitamos que nos humillen o se hará costumbre, asumiremos ese rol y seremos seriamente dañados en nuestra psiquis; evitarlo no consiste en riñas o gritos, basta con un “esto no te los voy a aguantar” e irnos inmediatamente del lugar, esperar a que nos llame y explicarle que nunca permitiremos que nadie nos humille de esa manera. La violencia jamás debe ser tolerada pues siempre tiende a crecer.
Ofrezcámosle alternativas a su enojo, hagámosle reflexionar sobre todas las cosas buenas que podría obtener si se tranquilizara, todo lo bien que podría pasarla si no renegara.
Tengamos presente que una pareja conflictiva puede terminar perturbando nuestra vida, recordemos que a las personas se las acepta tal y como son, no nos quejemos jamás de decisiones que tomamos con conocimiento de causa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario